Casi todas las formas de creación artística me interesan. Antes era más selectivo y prefería las producciones de la Alta Cultura, ahora aprecio y disfruto todo tipo de creaciones.

La labor del artísta no es tan mágico como se cree. Tiene mucho de oficio, de paciencia y de trabajo arduo, ya sea con las palabras para hacer literatura, con los sonidos y las cadencias al componer música, con las imágenes al fotografiar o con esas tres cosas a la vez como es el caso del cine.

Lo cierto es que el creador no parte de la nada como se cree a veces; recibe inspiración de otras obras; copia y “roba” ideas de todas partes (sin que esto sea delito) y no se dedica solo a la perfección, sino que saca partida de los accidentes. Incluso los errores que comete le sirven de material para innovar y hacer más original la pieza nueva con que está laborando.

Un buen creador tiene la virtud de maravillarnos cuando extrae ideas de materiales deleznables o despreciables. A manera de ejemplo, hay una anécdota de un gran pianista de jazz que me sirve bien para ilustrar esta idea. La contó Elliot Mazer en la lista de Sonido en el Cine (Sound on film), a la que pertenezco:

Cuando Thelonious Monk iba a tocar por primera vez en algún club, se sentaba al piano y tocaba un arpegio salvaje que cubriera la mayor parte de las teclas del instrumento. Si encontraba que algunas de las notas estaban desafinadas o distorsionaban, construía una pieza alrededor de ellas y con eso abría su presentación. La pulsada repetición de esas teclas disonantes convertía limones en limonada.

Este artículo fue publicado el Jueves, Mayo 1st, 2008 a las 16:26 y esta categorizado bajo Arte, Cultura. Puedes seguir las respuestas y comentarios a este artículo a través del feed RSS 2.0 . Puedes dejar un comentario, o hacer un trackback desde tu sitio.