Un regalo de los dioses (IX)

(Penúltima entrega del relato de Mario Ramírez Orozco)

No me dijo cuál marca, porque la verdad no le insistí, pues, como sabes los capricornio somos tan incrédulos que no creemos ni en la verdad. Me estrechó contra su cuerpo y me susurró, varias veces al oído: “nunca te irás de mí…” La noche acabó y un sol impetuoso llegó como una brasa caliente. Estaba solo. No había rastro de Liane y temí que todo hubiera sido una mala pasada de la “tomata”. “No, no puede ser, me dije. Todo fue tan real”.

Fui al desayuno, pero no comí de la rabia, no podía ser. Me reproché mi falta de experiencia con el alcohol. Me sentía ridículo. Pero, no, no era posible. La charla en la comida, el regreso en autobús, la llegada al bungaló. Recordé la lamparita y volví al cuarto, pero ningún lienzo la cubría. No quise salir; no te imaginarás hermano lo terrible que me sentía. Me quedé en la hamaca y preferí volver a la razón tratando de dormir. En esas estaba cuando la voz de Liane me hizo saltar de la hamaca.

La abracé con todas mis fuerzas y la llené de besos para comprobar que no era un espejismo. Me calmó con un tranquilizador: “Sí, bobito, tuve que ir a arreglar lo del viaje de esta tarde y no te quise despertar.”

Como comprenderás, desde ese momento la paso a su lado, siento que el tiempo no corre y por eso decidí regalar mi reloj a un mesero en el centro de Papeete. Todas estas noches hemos dormido muy juntos y como será que ya olvidé la idea de conseguir una cama, como la mayoría de “popa’a” reclaman. Para terminar, quería referirme a algo que pasó anoche, un poco extraño y que me ha tenido inquieto, pero no sé si está bien contártelo. No te burles.

El caso es que después de otra noche de intensos juegos amorosos Liane se durmió casi de inmediato, muy profundo. Aproveché y disfruté contemplando por largo rato a mi bella durmiente. Luego traté de dormir pero algo me lo impedía, deduje que sería la lamparita la que molestaba; eso a pesar de que las otras noches se había quedado prendida, pero ésta vez Liane olvidó colocarle su lienzo rojo y por ello su luz era más intensa, sobre todo porque daba pleno en mi rostro.

Me levanté y la apagué. Cual sería mi sorpresa cuando al girar encontré el rostro petrificado de Liane, iluminado apenas por el tenue reflejo de un foco exterior. Me acerqué y siguió sin reacción alguna, la abracé y estaba poseída por un frío extremo, del que sólo se conoce por allá en el invierno escandinavo. Como pude, con torpeza, volví a encender la lámpara y el espectáculo era terrible. Liane parecía muerta. Te juro que el terror me dominó por completo, fui incapaz de ir en su ayuda. Fue ella quien empezó a recuperarse y me pidió que la abrazara. Se desahogo en llantos y me pidió la promesa de nunca volver a hacerlo, me exigió que le jurara que no lo volvería a repetir.
(Mañana el final de esta carta-relato )

4 Responses to “Un regalo de los dioses (IX)”

  1. Julio Suárez Anturi Says:

    Este placer de una Liane a nuestro lado, dá como miedo, ¿verdad?

  2. Cereza Says:

    poniendome al día con el regalo de los dioses

  3. Álvaro Says:

    Julio:
    La imaginación es poderosa.

    Cereza:
    Un saludo muy cordial.

  4. Vir& Says:

    Ah, este contrapunto es interesante.

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