Un regalo de los dioses (VIII)

Por: Mario Ramírez Orozco, escritor invitado

Volví a la habitación y la encontré meciéndose desnuda en la hamaca. Había prendido una pequeña lámpara de petróleo y la había cubierto con un lienzo rojo que había usado en el baile, lo que rebajaba la fuerza de la luz y producía un ambiente acogedor. Con un rápido movimiento, el de los que siempre han dormido en hamaca, dio un giro y levantó sus piernas hasta quedar dispuesta a lo largo de la hamaca. Me gustó su agilidad. Esperó sin palabras, abriendo aún más sus grandes ojos, a que me desnudara y con una monería me invitó a acomodarme a su lado.

Presionó con su mano el lado opuesto de la hamaca, lo que me obligó a pasar agachado hacia el otro lado, y para deshacer cualquier interrogante, me dijo: “Seguro que no lo sabes, pero en las hamacas los hombres siempre duermen del lado izquierdo.” “¡Oh!” le respondí y presto me acomodé a su lado, me pegué a su precioso su cuerpo. Su piel era suave, aceitosa. Su olor era suave y abrí mi olfato para disfrutar al máximo. En pocos instantes sentí que su calor me llegaba y hacía desaparecer, de una vez por todas, el frío que traía del norte.

Nos besamos con pasión inusitada, la hamaca se ajustó a nuestros rápidos y desordenados movimientos. El tiempo fue eterno, besé sus deliciosos senos, bajé hasta su fruta divina. Intercambiamos placeres. Bajamos de la hamaca, ella se hizo en el marco de la ventana y abrió su sexo para que la penetrara de una manera rítmica y lenta mientras clavaba su mirada en la mía. Antes de que me viniera me pidió que me dejara guiar por sus movimientos.

Te aseguro que por momentos perdí la conciencia, era el placer llevado a un extremo inimaginable. Sollocé de emoción. Sin más palabras que la de nuestros cuerpos cambiábamos de posiciones, de pie, en los cojines del suelo, encima de la pequeña cómoda, frente al espejo, en fin, la imaginación y nuestras fuerzas estuvieron desbordadas, incluso hubo algunas acrobacias de dificultad circense. No hubo límites, bebió con goce único efusiones de semen y al final me rogó, con una dulce voz quejumbrosa, que la sodomizara.

Encontré su rostro lleno de felicidad, lo besé con una ternura que me llevó a susurrarle palabras de agradecimiento. Mi cerebro no dejó de decirme: estás con una diosa, gózala, gózala, es un regalo de los dioses. En agradable charla que siguió al placer supremo, descubrí en su rostro plácido un pequeño lunar, casi en la punta de su delicada nariz, y me contó que en Tautira, la isla de donde es originaria, las mujeres que nacen con esta señal, esa fue la palabra que utilizó, están marcadas para ser de un solo hombre.
Con una leve preocupación me interrogó si lo comprendía.
“Sí, claro”; contesté, pero mi respuesta y el tono rápido no la satisfizo.
“¿Lo entiendes?” volvió a preguntar.

Le conté entonces que, a mí en Bahía Brasil, una “mãe do santo” del rito candomblé, me había dicho: “Una mujer te espera para ser tuya, encuéntrala pronto y así evitarás muchos sufrimientos propios y ajenos. La reconocerás por una marca en el rostro.”
(Continuará)

4 Responses to “Un regalo de los dioses (VIII)”

  1. Julio Suárez Anturi Says:

    Bueno. Entonces aquello fue como una circunstancia trascendental, ¿cierto?

  2. Álvaro Says:

    El giro que toma aquí la historia es muy interesante y la saca de la banalidad o del lugar común.

  3. Vir& Says:

    Mi querido amigo, creo que la sensualidad apenas si se siente…

  4. Jorge Ramirez Says:

    No se si estara bien aprovechar este espacio, para pedirle informacion sobre Mario Ramirez Orozco, yo soy amigo y desde hace muchos anos no se de el,desde cuando estabamos solteros y viviamos en el barrio Kennedy de bogota,de esto hace mas de 18 anos; yo estoy viviendo desde hace 9 anos en Chicago, USA, y no se sipudiera usted hacerme el favor de saludarlo de mi parte y darle mi correo electronico. muchas gracias

Leave a Reply