“Mamacita, quítate el reloj”
Mauricio Duque Arrubla autor de En medio del Ruido, me acaba de mandar un espléndido “emilio” donde conecta la experiencia de “entregar” mi vieja casa con un cuento maravilloso de una conocida escritora colombiana. Sus palabras son más elocuentes que cualquier introducción mía:
Hola Álvaro
Esto es demasiado largo para un comentario en tu blog pero con tu post Silencio obligado vino a mi memoria un cuento que me fascina llamado El Quijote de la entrada en la que una mujer cuenta cómo dejan con su esposo su casa de 35 años para irse a una nueva, donde de verdad haya vecinos y no vigilantes de casas donde sólo hay oficinas. La autora es Rocío Vélez de Piedrahita:
Abandonar una casa es una experiencia dura. Consiste en desmontarla, desmantelarla, personalmente quitarle cuanta la embellece y maquilla. Es como llevar la madre vieja a operar. Uno mismo le dice: “mamacita, quítate el reloj, quítate el anillo de matrimonio, la argolla de papá“; la ropa esmerada, con finos dobleces, las prendas interiores como les gusta a las ancianas con encajitos, medias de seda, todo “quítatelo”. Y es que uno lo hace con suavidad “es sólo por un momento, cuando salgas de cirugía te los vuelves a poner” ; falta la entrada de los indiferentes que, de afán, cumplen con una rutina:
-¿La señora tiene dientes postizos?
La mamá se va desintegrando y uno, destrozado, obedece y le quita cuanto exigen.”
El Quijote de la entrada era una figura hecha de 12 cerámicas que la mamá de la narradora había comprado muchísimos años atrás y que representaba la idea de cómo quería don Quijote ser recibido La bienvenida que Don quijote imagina que le harán algún día en algún lugar, cuando sus hazañas sean de todo mundo conocidas. Y ella lo heredó. Cuando los viejos de este cuento empezaron a pensar en vender su casa la protagonista afirmó Sin el Quijote no me voy y estaba empotrado en la pared como estuvo en la finca de sus padres alguna vez.
Con mucho miedo vi llegada la hora de acercarme a la casa nueva Allí estaba incólume el sueño de bienvenida del Quijote.La parte alta del cuadro cruzada por un ancho festón rayado que el viento inflaba y parecía suspendido en las nubes; colgaduras por las ventanas, gentes que salían del castillo la mano en alto saludando a Don Quijote, a Sancho y a nosotros. Nos daban la bienvenida.
Me quedé mirándolo maravillada al reconocer la sensación de entrar a mi casa, de estar en mi lugar. Hay gestos involuntarios; me agarré del brazo de mi esposo para entrar acompañada. Cuando la puerta se abrió de par en par lo que vi fue un alegre espacio lleno de luz y de desorden, con todas las paredes techos y pisos nuevecitos, impolutos, pidiendo a gritos clavos y focos y muebles y matas para reiniciar la apasionante aventura de hacer entre cuatro paredes un hogar .
Respiré profundo y entré.
Como te escribí, suerte en este nuevo futuro
Mauricio
Junio 2nd, 2006 at 15:03
Opps, me puse rojo y todo como si estuviera en frente de todos tus lectores. Gracias por la deferencia…
Junio 2nd, 2006 at 15:19
Cada vez me gusta más el cuento de Rocío Vélez. Saludos muy cordiales
Junio 2nd, 2006 at 17:22
Hermoso. Me hizo recordar aquel dìa de 1993 en que me mudé de una casa humildìsima - pero con jardín y árboles frutales- a un edificio de apartamentos.
La extraño tanto. Sobre todo aquellos fines de semana con toda la familia, incluidos mis primos, jugando dominó debajo de un inmenso árbol lleno de mangos. Los mismos que recogí en mi infancia. Hay mejoras que duelen toda la vida.
Junio 4th, 2006 at 5:33
Qué curioso. No sé si responde esto a ciert actitud fetichista en mí, pero también me encariño con algunos objetos (casi todos) y más con algunas casas o departamentos que he habitado. Al dejarlos, no me atrevo a voltear atrás.
Junio 4th, 2006 at 7:49
zenia:
Hay mejoras en la vida que duelen. Y cualquier cambio implica un duelo y provoca cierta depresión en uno. Veo de forma positiva mi salida de Hatlestad pero como dicen por ahí la procesión va por dentro y siento el impacto emocional que eso me produce. Este fin de semana he estado medio enfermo, más vulnerable.
Espero que este cambio “no me duela toda la vida” como te ha sucedido a tí.
Oscar:
Creo que ése fetichismo de que hablas está muy ligado a la seguridad y tal vez a una cierta cosa instintiva de territorialidad. Es el espacio de refugio que uno ha tenido durante años, y tener que abandonarlo no es pan comido.
Mauricio, Zenia y Oscar:
Gracias por compartir conmigo sus experiencias de desalojo. Él tema me afecta más de lo que yo pensaba. Y veo que debo elaborarlo más. A lo mejor da para una nueva entrada en mi bitácora.
Octubre 30th, 2006 at 22:59
Hola buenas, es la primera vez que entró en este blog, pero espero que no la última. Nunca escribo en blogs pero recuerdo como cuándo se mudaron mis abuelos de lo que había sido mi segundo hogar, me sentí vacío. Recuerdo recoger mis cosas. Recuerdo el eco sordo que devolvían las paredes vacías de mi cuarto. Recuerdo el olor de aquella casa y aquellos techos altos que me vieron crecer. Pero sobretodo recuerdo como, cuando todo estaba vacío y no quedaba más que un teléfono apollado sobre el cálido suelo de moqueta, me tumbé y lloré largamente hasta que caí dormido. Las casas no son el hormigón que las forma sino los recuerdos que guardan
Octubre 30th, 2006 at 23:30
Finnandil:
Hermoso tu testimonio. Y bellamente escrito, me impresionó en especial la manera como lo terminas: “Las casas no son el hormigón que las forma sino los recuerdos que guardan”